Blanquísimos
cúmulos
cual
cordilleras de algodón.
O
aborregado firmamento
cual
nevadas ovejas.
O
inmensas plumas
despeinadas
por la brisa.
El
rebaño de nubes nunca está inmóvil,
y
al emigrar hacia el ocaso
parece
que emigrara todo el firmamento.
Desde
la ventanilla del avión
admiro
cómo el archipiélago de nubes
acelera
su viaje…
Y
todas las nubes parecen flotar
sobre
la superficie de un mar invisible.
Azul
y rosa son los colores
más
lindamente femeninos.
Por
eso los arreboles rosados al amanecer;
y entre
ellos coquetea con plateados guiños
la
Estrella Matutina, fugaz pulcritud.
¡Gracias,
Señor,
por
la dorada techumbre de los arreboles!
Ellos
nos obligan a elevar la vista al cielo
y
el espíritu a tu Cielo,
Lástima
que fueras transparente
como
el aire;
con
razón que no te vemos. ¡Lástima!
Para
serte sincero,
ni
en la oración te me revelas;
siempre
que te invoco,
tu
respuesta es el silencio.
Cierta
vez, como una niña ingenua y cariñosa,
me
atreví a mandarte un tímido saludo por
la red
y
aguardé ilusionado…
Pero
no apareció en mi pantalla tu respuesta.
Sentí
un leve desaire (me perdonas)
y
se me inundaron los ojos.
¿A
nadie le respondes?
Te
place jugar al escondite:
todos
te buscan y nadie te descubre.
Las
flores son flores, no son Tú.
Los
pajaritos son los pajaritos, no son Tú.
Lo
mismo las mariposas, las orquídeas, el agua y el sol:
No
son Tú.
Ya
contemplé y alabé todas tus criaturas.
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