miércoles, 29 de junio de 2016

Metales preciosos







Metales Preciosos

Soy una muchacha campesina,
lavandera de oro.

Me fascina menear en el río mi batea
y contemplar las chispitas doradas
que me hacen guiños.

Al atardecer llevo en un frasco
mi cosecha de polvo amarillo,
y en mi pecho una risueña ilusión.

Me dirijo al poblado
y entro a un almacén.

La tendera recibió mi dorada fortuna
y la vertió en un platillo
de la balanza de precisión.

La equilibró colocando en el otro platillo  
un manojo de billetes ajados.


No me dé hojarasca, le dije,
págueme con aquel precioso chal de Manila
de colores divinos.
Y tampoco me lo empaque,
yo lo llevo puesto.

Y estrenando ese lujo regresé jubilosa,
convertida en princesa.

¿Quién escondió el oro, la plata y el platino
en vetas profundas
y las cubrió con el manto de la cordillera?

Y pensar que los metales vinieron
de las estrellas,
cuando la Galaxia en su girar centrífugo
salpicó goterones incandescentes
que se hicieron planetas.

Todos los metales son preciosos,
a excepción de ninguno.

Pienso que así como un abuelo
se divierte con sus nietos
escondiéndoles monedas
debajo de la alfombra,

así te diviertes tú, Señor,
escondiéndonos metales preciosos
debajo de la corteza terrestre.

Para eso nos creaste,
para tener con quién jugar y divertirte.
¿Qué harías tú, Señor, sin nosotros
tus niños y tus niñas?
¿Con qué distraerías tu silenciosa
y eterna soledad? 







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