Ruiseñores, canarios, jilgueros, turpiales…
Desde
hace millones de años
alegraron
el mundo,
cuando
no existía quién se alegrara
ni
quién te agradeciera.
Ellos
y ellas con sus variopintos plumajes
embellecen
las selvas, los llanos, los montes,
las
laderas de los ríos y lagunas,
las
playas del mar
y
aun los desiertos y las nieves.
¿Quién
diseñó semejante profusión
de
especies?
¿Las
aves se crearon ellas mismas?
¿Nacieron
de la nada o del caos
sin
previa diagramación,
¿Quién
les enseñó a entretejer su nido con pajitas,
(nido
en cuya construcción entrambos colaboran)
y
acolcharlos después con lanas y con plumas?
El
ave deposita sus huevecillos
(del
tamaño de almendras)
y
abriga, paciente y cariñosa,
su
tesoro.
Pasados
unos días esas almendras
empiezan
a resquebrajarse
y
de ellas brotan unos polluelos
implumes pero vivos.
Los
padres se apresuran a conseguir el alimento;
por
la noche la madre los cobija con sus alas.
Los
hijos van creciendo
y
emplumando;
y
llega el día en que también trinan
y
vuelan y se van…
Se
van a buscar sus compañeras
y
a iniciar otro idilio
y
otro nido y otros hijos.
Y
así perpetuarán sobre la tierra
la
ternura,
los
trinos y los vuelos,
la
dicha y la belleza.
¡Todas
tus obras, oh Señor,
Hermoso poema que belleza la cintempcontem que hace de las aves.
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