jueves, 11 de febrero de 2016

La tempestad



La tempestad

Siniestra calma, tenebroso anuncio;
palidecen las cosas y los hombres.
Y acumulando su fatal descarga
se condensas los torvos nubarrones.

Ráfagas bruscas el bochorno enfrían,
y comienzan brillantes goterones
a pintar el asfalto de asteriscos
y a rallar de trasluz el horizonte.

¡Seco chasquido y sideral relámpago!
Bronco trueno los ámbitos recorre
y el plomo de las nubes se desgaja
con su granizo ametrallando el orbe.

Teclea el aguacero en los tejados
y enceguece con húmedos ciclones;
el huracán despluma los ramajes
y desviste de pétalos las flores.

Picotea la lluvia en los pantanos
donde hierven espumas y vapores;
la oblicua tempestad vuelca en los campos
el granero de perlas de sus trojes.

Lloran en la ventana los cristales,
lucen los pastos, se abrillanta el bosque;
y una turbia creciente fragorosa
tornó en cascada el manantial del monte.

Perlas de hielo por doquier salpican
tapizando con limpios aluviones;
y en el valle, cuajado de granizo,
fulge un glaciar de vírgenes blancores.

Brama, lodoso, el encrespado río
con trofeo de puentes y de bosques.
Anocheció. Y en los medrosos riscos
avalancha crujió de piedra y robles.

Eléctricas raíces titilantes
agrietan la caverna de la noche;
y atronador el firmamento aturde
con su rugido amedrantando al hombre.

El cielo parpadea, y a sus lampos
restallan los alambres y las torres.
Cimbra la tierra, se desploma el dique
y atruena con horrísona hecatombe.

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