Rueda
el ígneo torrente que acalora y deslumbra;
y
apresado en lingotes al servicio del genio,
se
transforma en raíles y se va por los mundos
enlazando
ciudades con caminos de acero.
Mientras
todo rechina con odiosa estridencia,
roja
sierpe incendiaria, prolongando su cuerpo,
se
abalanza y embiste con elástico azote;
y
enroscándose, apaga su espiras de fuego.
Los
rodillos laminan reluciente hojalata
que
fluyendo inconsútil va obsequiando su espejo;
y
el alambre de púas que se tuerce y devana
gira
en raudos quintales como erizos de fierro.
De
las minas lejanas van llegando a la forja
toneladas
cobrizas de oxidado subsuelo;
y
estructura de puentes va emigrando en remolques
a
estrechar con su abrazo los abismos fraternos.
Las
cavernas de calcio que circundan el valle
brindan
fósil marino, donación del pretérito;
y
enlutados filones vierten hulla lustrosa
donde
el sol milenario concentró sus incendios.
Surtidores
plumosos cual vergel de neblinas
pulverizan
el agua, del metal refrigerio;
y
un buitrón se empenacha de revueltas cenizas,
faro audaz que pregona la altivez del acero.
No hay comentarios:
Publicar un comentario