Nuevas
brisas fluviales en mi frente aletean
y
en mi dicha tremolan inefables delirios;
firmamentos
azules en el agua serena
y
en los tersos remansos el follaje invertido.
Por
lucir su blancura, de los juncos que tiemblan
una
elástica garza revoló de improviso;
y
al remar, cadenciosa, va fingiendo que besa
con
sus lánguidas plumas el cristal fugitivo.
Las
canoas dormitan a los pies de la ceiba;
y
al pasar nuestro bote convidando festivo,
tiende
un brazo de surcos a las mustias barquetas
y
las deja meciendo de las ondas al ritmo.
Al
batir los barrancos nuestra loca marea
se
desploman los bordes con mojado bullicio;
y
ensanchándose el cauce, socavadas las selvas,
cimbra
el cámbulo rojo desgranando su idilio.
Del
tolú gigantesco las raíces revientan;
lo
abandonan las aves y declina vencido…
¡Acuatiza
un estruendo que los patos ahuyenta,
abren
fosa las aguas y sepúltase un siglo!
En
venganza el coloso desplegó su marea
y
un hirviente oleaje me cernió en el peligro;
surge
al fin el madero como banco de arena
y
un caimán lo cabalga por visar sus dominios.
Flota
un mudo cortejo de humilladas catleyas,
de
aleteos implumes sobre huérfanos nidos;
gavilán
vocinglero se abalanza y se aleja
y
en las garras le imploran los inválidos píos.
Se
aproxima otro bote y elevarse quisiera
levantando
la proa de fulgente aluminio;
un
adiós nos cruzamos… y las mutuas estelas
entrelazan
saludos de vibrátil capricho.
Hacia
mí se abalanza la planicie que riela,
van
mis bordes rasgando tembloroso espejismo;
y
en el surco espumante que las aguas barbecha
van
sembrando las hélices su estruendoso rugido.
A
la luz de los astros nuestra lancha regresa
torturando
la noche con su ronco bramido;
y
al callar sus fragores, recostada en la arena,
queda
oyéndose, a solas, el silencio del río
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